Tras la Primera Guerra Púnica, en la que Roma y Cartago se enfrentaron por el dominio de Sicilia y luego Cerdeña, las tensiones políticas existentes entre ambas civilizaciones eran permanentes. Fue prácticamente inevitable que estallara una segunda guerra que enfrentara a las principales potencias del Mediterráneo puesto que las indemnizaciones que Cartago tuvo que pagar a Roma eran excesivas, así que el pueblo cartaginés comenzó su expansión por la península ibérica para ganar dinero. Este proceso expansivo chocó de nuevo con Roma derivando en la Segunda Guerra Púnica.
Inicio de la Segunda Guerra Púnica
Los cartagineses se expanden por la península ibérica hasta que llegan al límite marcado por los romanos en el río Ebro, atacan Sagunto, aliada romana y Roma les declara la guerra que se dividió en dos frentes. Por un lado la guerra en la península ibérica y por otro la heroica marcha del general cartaginés Aníbal a través de los Pirineos y los Alpes hasta llegar a las puertas de Roma.
Marcha de Aníbal sobre Roma
Aníbal Barca forzó el estallido e inició la marcha sobre Roma, una audaz decisión basada en la idea de que la mejor oportunidad de victoria consistía en llevar a cabo una larga campaña en tierras itálicas.
En mayo del año 218 a.C., Aníbal marchó al norte desde Cartagena con un ejército de cerca de 32.000 efectivos de infantería, 8.000 de caballería y 37 elefantes. A pesar de lo dificultoso de la ruta, en la que tuvo que cruzar los Alpes bajo el asedio de tribus hostiles, el líder cartaginés y sus tropas llegaron al norte de Italia en octubre de ese mismo año.
Sin embargo, el enfrentamiento con tribus celtas y las dificultades del viaje tuvieron un elevado costo. Al suelo de Italia llegaron 20.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería, y el número de elefantes sobrevivientes no ha sido nunca precisado.
Para Diciembre, dos meses después de su llegada y tras la derrota o retirada táctica de varias fuerzas romanas, el ejército cartaginés volvió a incrementarse en número y entonces integró a 28.000 infantes y 10.000 efectivos de caballería. Este incremento en el número de tropas viene producido por la unión de fuerzas galas y celtas al ejército de Aníbal, que dejaron de ser leales a Roma ante la debilidad que mostraban sus legiones.
Lago Trasimeno – 217 a.C.
Luego de invernar en Bolonia, Aníbal se desplazó al sur en la primavera del año 217 a.C.. En mayo logró atraer fuerzas romanas hacia una trampa. Era una mañana neblinosa y los romanos se desplazaron hacia una estrecha llanura, adyacente al lago Trasimeno, desconociendo que en las colinas que rodeaban el lago se encontraba apostado el ejército cartaginés. Cuando este último atacó, los romanos estaban desprevenidos y carentes de defensa alguna.
La emboscada en Trasimeno tiñó el lago de sangre y más de 15 mil soldados perdieron la vida, con un saldo muy favorable para el ejército de Cartago. Las mieles del éxito consolidaron la voluntad de Aníbal de continuar su marcha sobre Roma. Esperaba que sus triunfos militares animaran a muchos de los aliados romanos, a menudo descontentos, a acompañarlo.
Batalla de Cannas – 216 a.C.
En el año 216 a.C. se produjo la mayor victoria de Aníbal sobre los romanos, una de las batallas más famosas de la historia. Los ejércitos enemigos se encontraron cerca de la costa este de Italia, en Cannas, una llanura abierta que el líder de Cartago había elegido para que su caballería, que superaba en número a la de esa facción de la romana, operase con comodidad.
La táctica de Aníbal en esta batalla aún es un clásico de estudio de cómo concentrar al enemigo en un área, para atacarlo desde distintos puntos y hacerles perder el sentido del orden y la uniformidad. La caballería cartaginesa destrozó las legiones romanas y tan solo 10.000 legionarios lograron escapar del desastre.
Las tácticas de Fabián – 216-203 a.C.
Después de la victoria en Cannas, más aliados de Roma se unieron a la causa de Aníbal. No obstante, la mayoría se mantuvo firme en su lealtad al gobierno de los césares, lo que supuso a la larga la derrota de Cartago. Aníbal logró reunir el ejército más poderoso de la península itálica, pero sin que fuera suficiente para subyugar a Roma.
La República Romana ejecutó una estrategia devastadora, promovida por Quinto Fabio Máximo. El éxito de la política de este último le mereció el título de Cunctator (el que retrasa). Su técnica consistió en molestar continuamente al ejército de Aníbal, cortándole las líneas de suministros e impidiéndole un tránsito fácil, pero siempre evitando los enfrentamientos directos y masivos. Gradualmente, en doce años la estrategia romana fructificó. Las tropas de Aníbal fueron perdiendo su fuerza con los continuos enfrentamientos.
No obstante, actualmente sigue resultando extraordinario para los estudiosos del tema la gran cantidad de tiempo que Aníbal permaneció dentro de Italia como una fuerza extranjera, prácticamente aislada y que apenas recibió unos pocos refuerzos de Cartago durante el conflicto.
Desde su llegada a través de los Alpes en el 218 a.C., el ejército cartaginés no abandonaría el suelo romano hasta el año 203 a.C., cuando debió partir para defender Cartago, amenazada en ese momento por un ejército romano. En el año 202 a.C. Aníbal, sufrió en Zama la primera gran derrota de su vida y también la primera derrota cartaginesa en la Segunda Guerra Púnica.
El líder cartaginés nunca trató de destruir la capital del Imperio Romano aunque era un movimiento que tenía al alcance de su mano debido a que consideraba más importante tratar de lograr el apoyo de las tribus y poblaciones conquistadas en años anteriores por Roma y obligar a esta a pactar por la paz.
Fin de la Segunda Guerra Púnica – 201-150 a.C.
El tratado que puso fin a la segunda guerra fue más devastador para Cartago que su predecesor. Debió renunciar a sus posesiones en España y a las islas que le quedaban en el Mediterráneo, además de contraer el compromiso de pagar durante 50 años una indemnización masiva y elevada.
De igual forma, Cartago accedió a subordinarse a Roma en todas las materias relacionadas con la guerra y política exterior. Políticamente, esto representaba el fin para Cartago, pero a nivel comercial, los descendientes de los fenicios demostraron que no estaban acabados y para mediados del siglo su esplendor volvió a despertar los celos y temores de Roma.
“Delenda est Carthago” (Cartago debe ser destruido), fue la frase obsesiva de Cato, un líder orador de Roma por ese entonces. La tercera guerra entre las dos partes comenzaba a asomar.