Imperio Romano de Oriente

Justiniano y Constantino

Los orígenes de la gran civilización conocida como el Imperio Bizantino, puede ser enmarcada a partir del año 330 d.C., cuando el Emperador romano Constantino I decidió erigir una “nueva Roma” bajo los cimientos de una colonia griega en Bizancio. Aunque la mitad occidental del Imperio Romano se derrumbó y cayó en el año 476 d.C., la región oriental logró sobrevivir durante 1000 años más, generando una rica tradición en el arte, la literatura y las ciencias, y sirviendo como un resorte militar entre los estados de Europa y el cada vez más amenazante continente asiático.

El Imperio Bizantino finalmente llegó a su fin en el año 1453, tras la irrupción del ejército otomano durante el reinado en Constantinopla del Emperador Constantino XI.

Una nueva Roma

El término “Bizantino” deriva de Byzancio, una antigua colonia griega fundada por un hombre llamado Byzas. Ubicada en la región europea de El Bósforo (acceso directo entre el Mar Negro y el Mediterráneo), el sitio de Bizancio fue concebido en un principio para servir como punto de tránsito y comercio entre Europa y el Asia Menor. En el año 330 d.C., el Emperador Romano Constantino I, eligió Bizancio como el sitio donde sería erigida la nueva capital romana, Constantinopla. Cinco años antes, en el Concilio de Nicea, Constantino había establecido el cristianismo como religión oficial de Roma (antes considerada una secta judía de origen oscuro). Los ciudadanos de Constantinopla y el resto del Imperio Romano Oriental, se identificaron fuertemente como romanos y cristianos, aunque muchos de ellos hablaban griego y no latín.

Constantinopla

A pesar de que Constantino gobernaría sobre un Imperio Romano unificado, esta unidad se volvió inexistente tras su muerte en el 337 d.C. En el año 364 d.C., el Emperador Valentiniano I volvió a dividir el imperio en dos secciones, dejando para sí el lado Occidental y reservando para su hermano Valente el lado Oriental. El destino de las dos regiones fue separándose grandemente durante las sucesivas centurias. En el Occidente, los constantes ataques de las tribus germánicas, así como los visigodos, quebró el Imperio poco a poco hasta dejar a Italia, como el único territorio bajo el control romano. En el año 476 d.C., el bárbaro Odoacro derrocó al último Emperador romano, Rómulo Augusto, terminando así con el período de esplendor de Roma.

Resistencia del Imperio Bizantino

La mitad Oriental del Imperio Romano, demostró ser menos vulnerable a los ataques externos, gracias en parte a su ubicación geográfica. Constantinopla se encontraba ubicada en un estrecho, por lo que resultaba extremadamente difícil franquear las defensas de la ciudad, además, el Imperio Oriental poseía menos fronteras comunes con el resto de Europa.

También podía beneficiarse enormemente de un poderoso centro administrativo y una gran estabilidad política, así como una gran riqueza en comparación con otros estados de la incipiente época medieval. Los Emperadores de Oriente eran capaces de ejercer un mayor control sobre los recursos económicos del Imperio, y reunir con mayor eficacia sus ejércitos para combatir cualquier invasión. Como resultado de estas ventajas, el Imperio Romano de Oriente (más conocido como el Imperio Bizantino), fue capaz de sobrevivir durante siglos, tras la caída de Roma.

A pesar de ser Bizancio un lugar gobernado por las leyes e instituciones políticas romanas, el idioma griego era igual de hablado que el latín, e incluso los estudiantes recibían la educación sobre la historia de Grecia, su literatura y su cultura. En términos de religión, el Concilio de Calcedonia, en el año 451 d.C., estableció oficialmente la división del mundo cristiano en cinco grandes patriarcados, cada uno liderado por un patriarca: Roma (cuyo patriarca sería denominado más tarde como Papa), Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. El Emperador bizantino pasó a ser el patriarca de Constantinopla, y cabeza tanto de la iglesia como el estado. (Tras la absorción de Alejandría, Antioquía y Jerusalén en el siglo séptimo por parte del Imperio Islámico, el Emperador de Bizancio se convirtió en el líder espiritual de los cristianos en Oriente).

El Imperio Bizantino bajo el mandato de Justiniano

Justiniano I, quien había ascendido al poder en el año 527 d.C. y reinaría hasta su muerte en el 565 d.C., fue el primer gran gobernador del Imperio Bizantino. Durante los años de su reinado, el imperio abarcaba la mayor parte de las tierras que rodean el Mar Mediterráneo, debido a que el ejército de Justiniano había conquistado parte del Imperio Romano de Occidente, incluyendo el norte de África. Muchos de los grandes monumentos del imperio fueron construido durante el período de Justiniano, incluyendo la Iglesia de la Santa Sabiduría, o de Santa Sofía (523–537 d.C.). Justiniano reformó y codificó además el derecho romano, estableciendo un código legal para Bizancio que duraría durante siglos y sentaría las bases para el concepto moderno de estado.

Santa Sofía

Al momento de la muerte de Justiniano, el Imperio Bizantino constituía el reinado más extenso y poderoso de toda Europa. Sin embargo, las deudas contraídas a través de la guerra habían dejado el Imperio en una situación financiera desesperada, y los sucesores de Justiniano se vieron forzados a aumentar los impuestos de los ciudadanos bizantinos en aras de mantener el Imperio a flote.

Adicionalmente, el ejército imperial se había disgregado enormemente por los vastos territorios, por lo que su lucha por mantener las conquistas durante el reinado de Justiniano fue completamente en vano. Durante los siglos séptimo y octavo, los ataques persas y eslavos, combinados con el clima de inestabilidad política y una economía en regresión, amenazaron seriamente el estado.

Una nueva, incluso más peligrosa amenaza también surgiría: el Islam, fundado por el profeta Mohammed en La Meca en el año 662 d.C. Los ejércitos musulmanes comenzaron el asalto al Imperio Bizantino para llegar a Siria. Para finales de siglo, Bizancio terminaría perdiendo Siria, la Tierra Sagrada, Egipto y el Norte de África (entre otros territorios) en favor de las fuerzas islámicas.

De la Iconoclasia al Monacato

Durante los siglos octavo y principios del noveno, los Emperadores bizantinos (comenzando por León III en el 730 d.C.), encabezaron un movimiento que negaba la santidad de los iconos e imágenes religiosas de la iglesia. Por tal razón, fue prohibida la adoración o veneración de estos símbolos religiosos. Conocido como Iconoclasia, que literalmente significa “destrucción de imágenes”, este movimiento proliferó y decayó bajo varios reinados, pero no vio su fin definitivamente hasta el año 843 d.C., cuando el Concilio Eclesiástico bajo el Emperador Miguel III, falló a favor de la visualización y aceptación de las imágenes religiosas.

Más tarde, a finales del siglo décimo y principios del onceno, y bajo el gobierno de la Dinastía Macedónica fundada por el Emperador Basilio, sucesor de Miguel III, el Imperio Bizantino disfrutó de una época dorada. A pesar de que se extendía sobre menos territorios, Bizancio poseía mayor control sobre el comercio, mayor riqueza y mayor prestigio a nivel internacional que durante Justiniano. El potente gobierno imperial fue patrocinador de las artes, restauró iglesias, palacios y otras instituciones culturales, y promovió  el estudio de la Historia Antigua de Grecia y la literatura. El griego se convirtió en el idioma oficial del Estado, y poco a poco comenzó a florecer una cultura del monacato, que tuvo su origen en el Monte Athos, al noroeste de Grecia. Los monjes administraban varias instituciones (orfanatos, escuelas, hospitales) en su día a día, mientras que los misioneros bizantinos lograban convertir al cristianismo a gran parte del pueblo eslavo perteneciente al centro y oriente de los Balcanes (incluyendo Bulgaria y Serbia) y Rusia.

Las Cruzadas – Guerra Santa

El final del siglo onceno, vería el comienzo de las populares Cruzadas, una serie de guerras santas libradas por los cristianos occidentales contra los musulmanes del cercano oriente, desde 1095 hasta 1291. Con la invasión de los turcos del Asia central a Constantinopla, el Emperador Alejo I recurrió a Occidente en busca de ayuda, resultando en la declaración de la “Guerra Santa” por parte del papa Urbano II en Clermont (Francia) y con lo cual daría por comenzada la Primera Cruzada. Ante la llegada de los ejércitos de Francia, Alemania e Italia, Alejo trató de obligar a los líderes de cada ejército para que tomarán un voto de lealtad hacia él, en aras de garantizar que la tierra recuperada por los turcos sería devuelta a su Imperio. Después de que las fuerzas Bizantinas y Occidentales recuperaran Nicea de los turcos en el Asia Menor, Alejo y su ejército se retiraron, alegando acusaciones de traición por parte de los Cruzados.

Cruzadas Imperio Romano

Durante las Cruzadas posteriores, la antipatía continuó forjándose entre Bizancio y el Occidente, lo que trajo como resultado la conquista y saqueo de Constantinopla durante la Cuarta Cruzada en el año 1204. El régimen latino se estableció entonces en Constantinopla, donde existió un clima inestable debido a la hostilidad del pueblo y la falta de dinero. Muchos refugiados de Constantinopla huyeron a Nicea, donde establecieron un gobierno bizantino desde el exilio, que más tarde volvería a tomar la capital y derrocar el gobierno latino en el año 1261.