Sacro Imperio Romano Germánico

Sacro Imperio Romano Germánico

Cuando Odoacro toma Roma y Rómulo Augusto deja de ser Emperador en el 476 d.C. se dice que el Imperio Romano de Occidente desaparece. Sin embargo, tal hecho no ocurrió, el imperio no desaparece sino que sufre un periodo de transición en el que Occidente se convirtió gradualmente en el hogar de varias tribus germanas. En África se encontraban los vándalos; en España y al sur de la Galia, los visigodos; al sureste de la Galia, los burgundios; en la Britania, los sajones y los jutos, y finalmente en Italia los hérulos.

Como la caída de la vieja República constituía una transición hacia la constitución del Imperio, el declive del Imperio constituyó una transición hacia una nueva fase de Imperialismo. En otras palabras, la caída del Imperio Romano de Occidente fue, en realidad, una transición hacia la construcción de los pilares que fundamentan nuestra civilización moderna.

El cristianismo seguía siendo la religión de la mayoría de pueblos de occidente y tenía su sede en Roma, donde el Papa era el máximo mandatario de la Iglesia. Tras unos años de transición el Imperio Romano de Occidente se convierte en el Sacro Imperio Romano Germánico.

Sacro Emperador Romano

En el año 799 d. C., por tercera vez en medio siglo, el Papa se encontraba necesitado de la ayuda del rey de los Francos Carlomagno. Después de ser atacado físicamente por sus enemigos en las calles de Roma (la intención de los atacantes era dejarle ciego y cortarle la lengua para incapacitarlo del cargo), León III se encaminó hacia los Alpes para visitar a Carlomagno en Paderborn.

Carlomagno

Nunca logró saberse el resultado de aquel encuentro, pero Carlomagno decidió viajar a Roma en el año 800 d. C., en apoyo al Papa. En una ceremonia en la Basílica de San Pedro con motivo de las festividades navideñas, el sumo pontífice ungió al hijo de Carlomagno como su heredero, e inesperadamente, colocó una corona sobre la cabeza del líder, otorgándole el título de Emperador.

Carlomagno expresó su desacuerdo pero aceptó el honor concebido. Su desacuerdo quizás se debió a un tema meramente diplomático, pues el Emperador legal era indudablemente el de Constantinopla. No obstante, la alianza pública efectuada entre el Papa y el gobernante de la confederación de tribus germánicas, reflejaba la realidad del poder político en Occidente, y daba origen al concepto de lo que sería el Sacro Imperio Romano, que jugaría un papel importante a lo largo de la etapa medieval.

El Sacro Imperio Romano, no lograría quedar plenamente establecido hasta el próximo siglo. No obstante, quedaría implícito en el título adoptado por Carlomagno en el año 800 d.C. como muestra la siguiente expresión de la época:

“Carlomagno, serenísimo Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico Emperador que gobierna los imperios romanos”

Emperadores y Papas. 962–1250

El poder imperial concedido por el Papa a Carlomagno en el año 800 d. C., significó el inicio de una moda cada vez más creciente durante el siglo IX, que más tarde decayó en los albores del año 924 d.C. No obstante, en el 962 d.C., el Papa volvería a apelar a este recurso para enfrentarse a sus enemigos italianos con la ayuda de los potentes líderes germanos.

La coronación de Otón I por el Papa Juan XII en el año 962 d. C., significó la restauración del concepto de Emperadores cristianos en el oeste. Además, se considera como el comienzo de una línea ininterrumpida de Emperadores sacros romanos que duraría por más de ocho siglos. Otón I, no se llamó a sí mismo como Emperador Romano, pero su hijo y sucesor al trono, Otón II, adoptó el título como una clara declaración de independencia occidental y papal, con respecto al Emperador cristiano en Constantinopla.

Otón I, junto a su hijo y nieto (Otón II y Otón III), consideraban la coronación imperial como un modo de controlar el papado. En efecto, bajo su reinado, los Emperadores podían destituir y renombrar nuevos pontífices a su conveniencia (incluso influir en las decisiones papales). Este poder, junto a los vastos territorios de la Europa central, le otorgó al Imperio Germano un gran prestigio a finales del siglo X.

Sin embargo, esta condición sumisa no sería del agrado papal en su camino por restituir el Sacro Imperio Romano. El conflicto de intereses, no tardaría en aparecer.

Declive del poderío papal y su recuperación. 1046 – 1061

La lucha por el poder entre el Emperador y el Papa alcanzó su mayor connotación durante los reinados sucesivos de los Emperadores Enrique III y Enrique IV a lo largo del siglo XI. En los primero momentos, la supremacía de los Emperadores era evidentemente mucho mayor. En el año 1046, Enrique III depuso tres papas rivales, y durante los siguientes diez años se encargó de seleccionar cuatro de los cinco pontífices que asumieron el cargo. El Papa Nicolás II, elegido en el 1058, iniciaría entonces un proceso de reforma que expondría la tensión generada entre el imperio y el papado.

Papa Nicolás II

En el año 1059, durante un concilio en Roma, Nicolás condenaría varios de los abusos ocurridos dentro de la iglesia, entre los que destacaban la simonía (la venta de puestos clericales), el matrimonio en el clero y las polémicas generadas por las prácticas corruptas durante las elecciones papales. Finalmente, Nicolás restringiría el proceso de elección a un cónclave de cardenales, descartando así cualquier influencia laica directa, como por ejemplo, la de los Emperadores.

En el 1059, Nicolás II llevó a cabo una serie de reformas políticas, muy revolucionarias para la época y que más tarde sentarían las bases del papado medieval. Su decreto permitía otorgar tierras, ocupadas o no, a todos sus aliados, lo que reforzaba el carácter del papado, o la Santa Sede, como poderoso señor feudal.

Los primeros beneficiados fueron los normandos, los cuales recibieron derechos territoriales en el sur de Italia y Sicilia a cambio de obligaciones feudales con Roma. El Papa, en una abierta lucha política contra los Emperadores germánicos, comenzaba a tomar el control del conflicto. Un conflicto que sería continuado durante los próximos años por otro Papa: Gregorio VII.

En el año 1061, un grupo de obispos reunidos en Alemania (simpatizantes con el Emperador), declaraban la nulidad de los decretos emitidos por Nicolás, lo que daría paso a una nueva batalla, en la que el sumo pontífice contaba con los aliados necesarios.

Gregorio VII y su investidura. 1075

Gregorio logró hacerse con el control político al decretar, en 1075, que ningún gobernante laico podía realizar nombramientos eclesiásticos, con lo cual, el papa lograba rodearse de obispos y abades poderosos, en lugar de los hombres del Emperador. Este escenario se conoce en la historia como la lucha de las investiduras, siendo en esencia, una disputa por los derechos a investir nuevos clérigos con las ropas e insignias religiosas.

El nombramiento de obispos y abades, resultó un cargo muy valioso para los gobernantes religiosos, pues se encontraba ligado a un gran poder y riquezas feudales. Estos clérigos, siendo las personas más instruidas de la etapa medieval, se consideraban miembros importantes de la administración papal.

En períodos posteriores, se efectuaron una serie de compromisos por ambas partes, especialmente en el Concordato de Worms, en 1122, donde se llevó a cabo una distinción entre los elementos espirituales y clericales que tomaban lugar durante los nombramientos. Sin embargo, el proceso de investidura continuó siendo la manzana de la discordia para el papado y los gobernantes laicos, no sólo en el Imperio, tras las disputas entre Gregorio y Enrique IV, sino también en Francia e Inglaterra.

Roma y la lucha por el poder. 1076 – 1138

La lucha durante nueve años entre el Papa Gregorio VII y el Emperador Enrique IV, nos ofrece una estampa evidente del rol político asumido por el papado medieval. San Gregorio, conforme a su canonización durante la Reforma Católica, es considerado uno de los grandes defensores de la autoridad papal. Su mandato implicó una lucha incesante en el plano militar y político.

En el año 1076, Enrique IV, alarmado por el conflicto de las investiduras, decide enviar una carta en tono de amenaza hacia el Papa. La respuesta del pontífice, no fue otra que proclamar la excomunión del Emperador, una pena que el propio mandatario lograría revocar más tarde durante el Paseo de Canossa. Sin embargo, esta tregua a medias, no duraría mucho tiempo, pues los enemigos de Enrique decidirían tomar cartas en el asunto, impulsados por el apoyo del Papa.

Los príncipes alemanes que se oponían a la corona de Enrique IV, especialmente el rey Rodolfo, duque de Suabia, iniciaron una guerra civil en 1077, que no vería su fin hasta el año 1080 con la victoria de Enrique. Para ese entonces, el Papa tomó la decisión de reconocer el mandato de Rodolfo como rey alemán y excomulgar nuevamente a Enrique.

La nueva decisión, recibió una respuesta aún más agresiva por parte de Enrique, quien convocó a un concilio para deponer al Papa y elegir en su lugar al arzobispo de Rávena (como Papa Clemente III). Seguidamente, Enrique marcha a Italia, entra a Roma y es coronado como Emperador de manos del propio Papa que había creado. Mientras tanto, el verdadero Papa Gregorio, quedó reducido a un estado de sitio, en su inexpugnable fortaleza romana, el castillo de Sant’Angelo.

Castillo de Sant'Angelo

En breve tiempo, Gregorio apeló al apoyo de sus vasallos los normandos, a quienes les propuso conquistar el sur de Italia y Sicilia. De esta manera, en 1084, el ejército normando invade Roma, expulsando a los alemanes y logrando rescatar a Gregorio. Sin embargo, el saqueo de los bárbaros fue tan violento, que el sentimiento de repudio generado obligó a Gregorio a huir hacia el sur con sus rescatadores. En 1805, Gregorio moría asentado en Sicilia.

En este orden de acontecimientos, Clemente III regresa a Roma y reina bajo el apoyo imperial como el nuevo Papa (o en términos históricos como un antipapa) durante los próximos diez años. Más tarde, Urbano II, el Papa que impulsaría la Primera Cruzada en 1095, no fue capaz de entrar en la Ciudad Santa varios años después de su elección debido a los disturbios que prevalecían en Roma, y solo pudo hacerlo tras la coronación, en 1138 de Hohenstaufen, como monarca de Alemania.

Las Cruzadas